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Barrenkale, en el Casco Viejo de Bilbao, en los años ochenta, con una pancarta colocada por vecinos y comerciantes, afectados por el consumo de drogas.

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Barrenkale, en el Casco Viejo de Bilbao, en los años ochenta, con una pancarta colocada por vecinos y comerciantes, afectados por el consumo de drogas.

Heroína, la otra guerra de Euskadi

De 1970 a 2000, pasó de los hijos de las clases altas con inquietudes culturales a los barrios y al punk, a la marginalidad y la delincuencia. Es una historia con muchas ramificaciones pero con un claro hilo conductor: el sufrimiento

Iñaki Esteban

Lunes, 20 de diciembre 2021, 01:31

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En 1969, se registraron tres casos de morfinomanía en Bizkaia. Bilbao se encontraba «apartada de la ruta de la drogas y de los itinerarios peligrosos aun siendo una ciudad costera», describía un informe policial presentado en la ONU ese mismo año. Dos décadas después, una ola de heroinómanos deambulaba por la ciudad tan sólo pendiente de su mundo, mostrando un deterioro físico acumulado por años de adicción. ¿Qué ocurrió en ese tiempo?

Es una historia con muchas ramificaciones y el sufrimiento como hilo conductor. La entrada de las drogas al País Vasco se produjo a principios de la década de los setenta a través de los hijos de las clases altas, universitarios con inquietudes culturales que salían al extranjero para mejorar su inglés y que aprendieron otras cosas además del idioma. La muerte de Franco estaba al caer y a ella siguió una época de liberación moral y un reenganche con la cultura de otras latitudes.

El consumo de drogas se fue extendiendo. Los jóvenes leían 'El almuerzo desnudo' y 'Yonqui' del reconocido escritor de la Generación Beat William S. Burroughs. Escuchaban a Lou Reed, Jimi Hendrix y The Rolling Stones. Empezaron a emular a sus héroes y el mercado de estupefacientes rebasó el simple menudeo underground en una sociedad muy convulsa en la que la democracia trataba de asentarse y ETA arreciaba en su actividad terrorista. La otra guerra de la Euskadi contemporánea, la de la heroína, ya había comenzado.

  1. Los inicios

    Desconocimiento y transgresión

Álvaro Heras-Gröh cuenta al detalle esta otra guerra en 'La atracción del abismo. Auge y caída del consumo de heroína' (1970-2000)'. Publicado por la editorial Gallo de Oro, el libro reconstruye un contexto marcado por el desconocimiento inicial de los consumidores de drogas de los efectos de lo que tomaban. Las familias y las instituciones tampoco tenían una idea clara de lo que estaba pasando ni de cómo abordarlo, y aquel fenómeno nuevo desembocó en graves problemas de salud pública, delincuencia y seguridad ciudadana.

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Heras-Gröh señala a los hijos de las clases altas de Getxo, Bilbao y San Sebastián «como primeros iniciados en el consumo de heroína, con casos tan señalados como el del director de cine Iván Zulueta. Era gente con pasta, con perfiles ideológicos antiautoritarios, que podían ir a grandes conciertos cuando estaban fuera. Ya se habían dejado crecer el pelo largo y calzaban botas de cuero», relata el autor de la obra, guitarrista de los grupos de los noventa Bonzos y The Painkillers.

Quienes tenían dinero para ello, buscaban directamente el suministro en Londres, Ámsterdam o en los países del Triángulo de Oro, Myanmar, Tailandia y Laos, productores de la heroína que circulaba en Europa. También la traían para vender a los conocidos. Como era muy cara, los primeros heroinómanos buscaron un sustituto en la morfina sintética de las farmacias. Las conseguían con recetas robadas o falsas. Pronto empezaron los atracos. La situación económica abocaba a la depresión. Entre 1979 y 1980, el PIB bajó diez puntos en Euskadi debido a una parálisis industrial que conducía a la reconversión.

  1. La propagación

    Las zonas de trapicheo en Bilbao, Vitoria y Donostia

La Policía empezó a señalar y vigilar las zonas de trapicheo: la calle Urquijo en Las Arenas, y el parque y las Siete Calles en Bilbao; las plazas de la Constitución y de la Trinidad en San Sebastián; el Casco Viejo en Vitoria. Lugares en los que se concentraban jóvenes contraculturales, de los que una parte se enganchó al 'caballo'.

La heroína saltó a los barrios. «Ocurrió lo mismo en Madrid, Barcelona o la zona minera de Asturias, luego en pueblos costeros como Bermeo. La alarma social empezó a intensificarse». El autor recuerda que la Asociación de Padres y Madres se presentó en 1978 en la redacción de EL CORREO para denunciar que nadie estaba haciendo nada. «Aún no había Gobierno vasco y las carencias eran enormes», señala.

Imagen tomada en la calle San Francisco, castigada por el tráfico de heroína.
Imagen tomada en la calle San Francisco, castigada por el tráfico de heroína. LUIS CALABOR

A principios de los ochenta, jóvenes de municipios costeros como Bermeo ganaban bien con sus trabajos en la pesca. Cuando regresaban de faenar, sobre todo aquellos que habían pasado meses en alta mar, montaban unas fiestas antológicas. «Imagínate el panorama cuando apareció la heroína. Algunos compañeros se comían el 'mono' cuando embarcaban (...) intentando camuflar los síntomas con los mareos. Luego eran chavales de lo más normales, que trabajaban y daban el callo como el resto de la tripulación».

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  1. La intervención de la Iglesia

    «Los toxicómanos también son hijos de Dios»

En 1984, la Iglesia editó 15.000 ejemplares de una pastoral que repartió en parroquias, librerías diocesanas, medios de comunicación y representantes institucionales. Había estado trabajando sobre el impacto de las drogas, especialmente la heroína, en los últimos dos años. Sus datos revelaban la existencia de 11.000 heroinómanos y 150.000 consumidores de hachís en Euskadi. La cocaína estaba «llamada a crecer espectacularmente».

«Los toxicómanos también eran hijos de Dios, a los que había que ofrecer ayuda y un mensaje de esperanza», explicó a Heras-Gröh el luego obispo de Bilbao Juan María Uriarte, encargado de los estudios por haber estudiado Psicología en París y en la Universidad de la Lovaina en Bélgica.

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  1. El punk del 'no hay futuro'

    Los muertos en las bandas vascas

La reconversión industrial avanzaba por la Margen Izquierda, las fábricas abandonadas o a medio gas componían un paisaje desolador y los jóvenes afrontaban tasas de paro que rozaban el 50%. Los hijos de los obreros carecían de perspectivas de trabajar en los puestos que habían dado identidad y un modo de vida holgado a sus padres. La rabia del punk estaba hecha para ellos.

«Está la corriente de los Sex Pistols y el 'no hay futuro', y la de los Clash, que llaman a convertir la ira en algo políticamente positivo. Aquí triunfó más la primera. La transgresión se asoció a la autodestrucción», comenta el autor.

Dos de los tres miembros de los hoy legendarios Eskorbuto, Iosu Expósito y Jualma Suárez, alternaban discos de un factura y actitud punkis impecables, conciertos menos solventes y tardes en Barrencalle dedicadas a pedir dinero en la esquina del primer cantón para ir a 'pillar' a Las Cortes.

Eskorbuto, ante el Puente Colgante.
Eskorbuto, ante el Puente Colgante.

Iosu fue el primero en morir, en mayo de 1992, a consecuencia del sida, contagiado al compartir jeringuillas. Jualma falleció en octubre de ese año en su casa de Kabiezes por una endocarditis después de años de adicción.

El autor del libro enumera en una nota a pie de página los grupos vascos con miembros afectados por el consumo de heroína. Cuatro músicos de la banda alavesa Cicatriz fallecieron por enfermedades vinculadas con esta droga. En R.I.P., de Arrasate, se contabilizaron tres bajas; y en Vómito, de Irún, una. Componentes de La Polla Records, Hertzainak, Estigia, Odio, Basura o Kortatu, entre otras, también sufrieron patologías por esta causa.

  1. Tensiones

    Los patriarcas gitanos y la izquierda abertzale

A raíz de un atentado de ETA contra un miembro de la comunidad gitana, por supuesto tráfico de drogas, sus patriarcas decidieron expulsar a todo aquel que se le ocurriera seguir en el negocio. El patriarca Tío Dimas se reunió en 1991 con el alcalde de Bilbao, Beti Duñabeitia, para informarle del inicio de una campaña antidroga.

ETA estaba presa en sus contradicciones. Bajo la idea de que las Fuerzas de Seguridad del Estado habían metido la heroína para anular la fuerza revolucionaria de los jóvenes, comenzó en 1980 a asesinar a personas que asociaban al tráfico mientras la izquierda abertzale explotó el vínculo de su militancia con el Rock Radikal Vasco y lanzó la campaña 'Martxa eta borroka'. Con especial incidencia del hachís y el speed, la droga estuvo muy presente en aquellos círculos y pasó a ser una preocupación para sus dirigentes.

  1. Marginación

    Las mafias, en San Francisco

Las manifestaciones contra el narcotráfico se extendieron entre 1984 y 1985 con marchas vecinales en Bilbao, Santurtzi, Bermeo y Ondarroa, bajo la consigna de 'Trafikanteak, kanpora!'.

Comerciantes del Casco Viejo bilbaíno, armados con palos, obligaron a abandonar el barrio a un grupo de camellos en el verano de 1985. Basauri tomó el testigo para erradicar un problema que se había extendido a los portales de las viviendas particulares y a los baños de los bares. En 1987, un joven heroinómano con historial delictivo, 'El Paquillo', apareció muerto en una cantera de Sestao con golpes en la cabeza.

Las mafias se concentraron en San Francisco, un barrio que se convirtió en un supermercado de la droga y que todavía hoy lucha por rehabilitarse para superar la huella de la marginación.

Así retraté la epidemia con mi cámara: «La ambulancia está camino de la palanca»

Por LUIS CALABOR, fotógrafo de EL CORREO

Era el día a día de La Palanca en los ochenta. La Policía Nacional interviniendo en otra sobredosis de heroína y los sanitarios de la DYA atendiendo la ola de intoxicaciones entre yonkis, con la muerte, desgraciadamente, como desenlace habitual. Los enfermeros ponían inyecciones de naloxona para conseguir revivirles. Desde Santurce a Bilbao no era una canción; era un calvario regado de jeringuillas.

Chutas tiradas por los parques donde los niños convivían con ellas entre los columpios. La heroína machacó muchas vidas de jóvenes de la generación de los 60 sin importar la procedencia, desde barrios humildes a familias de Neguri. Chicos que robaban en casa para meterse un chute y que luego se pasaban al robo del radiocassette o al tirón en la calle. Otros más osados atracaban a punta de navaja farmacias y gasolineras. La reconversión industrial pasó además factura a la margen izquierda y dejó a la juventud sin horizonte.

Hacían falta 20.000 pesetas de las de entonces para meterte esa mierda en vena. Un heroinómano salía a medio millón al mes. Algunas mujeres recurrían a la prostitución. La Policía no podía vigilar todo el trasiego de droga que a marchas forzadas entraba en Bilbao. Bastante tenían ellos con protegerse de ETA.

La información sobre la heroína era escasa y muchos cayeron creyendo que era como fumarse unos porros. Se empezaron a pinchar sin control y se engancharon para toda su vida, que no era muy larga.

Los yonkis fueron una presencia cotidiana en Bilbao, y más todavía en la información de sucesos. Yo ya me sabía el protocolo: si llegaba el primero a un caso de sobredosis, le daba de tortazos para que no se durmiese, a la espera de que llegasen los sanitarios con la naloxona. ¡Había que darles fuerte, no quedaba otra!

Ahora repaso mis archivos de fotos y puedo comprobar lo que significó la droga en los 80 y90: cuántos personajes de esas imágenes se quedaron por el camino y cuántos delitos e incidentes estaban relacionados con aquella necesidad de conseguir la dosis.

  1. El reto sanitario

    ¿Cómo curar a un toxicómano?

Psiquiatras como Javier Azpiri en Bizkaia, Miguel Gutiérrez en Álava y José Luis Arrese en Gipuzkoa ofrecieron las primeras respuestas a los casos de adicción. Azpiri creó el primer módulo psicosocial en Rekalde junto a los vecinos. Le siguieron Cruces, Barakaldo, Sestao y Basauri. En 1981, el consejero de Sanidad, Xabier Aguirre, le encargó la puesta en marcha del Centro Coordinador de Drogodependencias. Cuarenta años después, la guerra de la heroína ha terminado, pero el consumo de drogas abre otras batallas.

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